Hay veces que querría poseer las agallas de santa Rosa de Lima, quien se desfiguró el rostro para no provocar sentimientos equívocos en los demás, o la determinación de los monjes tibetanos que dejan de lado sus cuidados físicos y se enclaustran en alejados monasterios. Pero no puedo. Hay en mí un demonio glamoroso que me incita a continuar avanzando por este triste sendero, que me obliga a defender con vehemencia mi imagen externa y minimizar, en grado sumo, mi saber.
No puedo llamar batalla a esto que experimento, pues aquí no hay dos bandos confrontándose, sino un amo superficial que no deja de azotar a su esclavo intelectual.
No puedo llamar batalla a esto que experimento, pues aquí no hay dos bandos confrontándose, sino un amo superficial que no deja de azotar a su esclavo intelectual.
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