martes, octubre 21, 2008

Los otros y yo...

La mayoría de las personas me tilda de anti-social. Mis vecinos creen que mis padres sólo concibieron un hijo (mi hermano, Cristian). Mis maestros, mis peluqueros, mis compañeros de facultad…todos ellos (y otros tantos más) me desconocen. En el barrio, mi perro samoyedo tiene más adeptos que yo. Y, honestamente, yo prefiero que sea así.

Decir que tengo un “low profile” es poco.

Odio cuando algún cliente me pregunta telefónicamente: “¿con quién tengo el gusto?”, ya que, después de un largo silencio, no me queda otra que decirle mi nombre. Eso me obliga a revelar mi identidad...a contarle al mundo quién soy…a tomar protagonismo…y no hay nada que me interese menos.

Mis oídos se cansan de escuchar frases tales como “¡No hablas nada!” ó “¿Vos sos la hija de…? Nunca te ví!”. Y no, lamento comunicarles que no suelo vincularme con el vulgo a no ser que sea ESTRICTAMENTE necesario.

Con la gente mantengo una necesaria y prudencial distancia. No me involucro radicalmente en sus problemas y no permito que ellos lo hagan en los míos. Es energía perdida la que se utiliza para intentar comprender al prójimo y más aún, para ayudarlo.
Todo es subjetivo y está condicionado por decenas de factores externos.

Es por ello que contemplo y trato a la gente superficialmente. NO ESPERO RECIBIR NI ME INTERESA OTORGAR; no por egoísmo sino por el convencimiento de la mutabilidad de todo.
Considero que los individuos, tan despreciables y sujetos a cuestiones hormonales, sólo existen para llenar huecos en nuestras vidas.

Además, las relaciones humanas son, en la mayoría de los casos, un fastidio. Cada vez que encuentro a alguien sumido en compromisos sociales no puedo más que experimentar lástima.

Yo me alejo de todo con una suerte de orgullo que difícilmente pueda ser comunicado. Me satisface plenamente no pertenecer a nada. Mis sensaciones son totalmente antinómicas al resto de las personas…