domingo, noviembre 04, 2007

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Uno de los obstáculos más duros que tuve que superar fue mi adicción a los sedantes y antidepresivos. Su recuerdo aún me estremece.
Mi día comenzaba a las 5:30, cuando me despertaba abruptamente y con una sensación de vértigo que hacia de mi higienización un tormento etrusco.
La mañana se hacia eterna…
Almorzaba temprano, cerca de las doce, no porque sintiese hambre, sino para hacer algo.
Era tanta mi soledad, y tan sumida en la desesperación me hallaba, que había puesto sobre mi ventana coloridas flores, con las cuales mantenía copioso diálogo todas las tardes.
Salía a caminar sin un rumbo fijo; trataba de estar fuera de casa para la hora en que mi mamá regresaba, pues me daba vergüenza que me viera con la misma ropa y en la misma actitud que en la mañana (es decir, con un sucio pantalón deportivo y un libro en la mano).
A toda esta rutina diaria (¡que duró más de un año!), hay que agregarle que mi consumo de pastillas iba en aumento, por lo que la sensación de no pertenecer al tiempo y de ver mi entorno en cámara lenta se acrecentaba.
Mi literatura sufrió los avatares de mi intoxicación; incapaz de escribir dos líneas juntas, me conformaba con chatear (?).
Estaba idiotizada, sin amigos.
Pero sin embargo el padecimiento, sigilosamente, fue disminuyendo…
Entonces un día, peligrosamente, me curé...

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