miércoles, noviembre 07, 2007

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En el día me muestro excéntrica, divertida e irónica. Si me encuentro con amigos nunca dejo que lucir impecable…
Digamos que durante ese rosario de horas me hallo como electrocutada a un cable que no deja de mandarme energía refulgente y positiva, y yo, como un robot, me muevo al compás de esos estímulos.
Ahora bien: cuando el sol se esconde y la gente que me sirve de momentáneo público comienza a desaparecer, mi vitalidad se evapora con la misma rapidez que con la que vino... y mi calvario comienza.
Creo que ni el más inspirado de los inquisidores hubiera inventado tormento semejante al que padezco cuando regreso a mi hogar a altas horas de la noche.
Ya sin fuerzas como para estar de pie, me dejo caer en la cama presa de negras desesperaciones, escuchando, en mi agonía, el cruento desliz de las agujas del reloj.
Echada en la cama permanezco sollozando, no tanto por la situación en la cual me hallo en esos momentos, sino porque sé que al otro día el circo se reanudará.

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