sábado, diciembre 25, 2004

Sobre la Muerte (por FIKS)

1. Me comentan acerca de la muerte de un conocido. ¿Qué hacer?

¿Lamentarse? La gente continúa viendo a la muerte como algo impredecible, cuando ella, pese a ser más antigua que el hombre, mantiene toda su lozanía y vigor. Es eternamente joven e inoportuna, como todo adolescente; existe desde que el primer corazón se detuvo, entonces ¿de qué nos sorprendemos?

Ella es una habitante del Cosmos que tiene todo el derecho a reclamar lo que sembró en el útero de cada hembra, habría que llamarla a ella Madre y no a la Naturaleza que sólo es su criada, que mantiene al niño, luego al adulto y más tarde al anciano únicamente con vida y esperanzas para entregársela a la Dueña cuando ella lo crea conveniente.

Temerle a la muerte es sinónimo de estupidez, pues ella nos rige, es lo único auténtico en un mundo de confusión: la vida misma jamás pudo ser abarcada como un Todo; millares de preguntas, hechas por los más sabios hombres, aun permanecen sin respuesta, pero la muerte no. Ella es la respuesta a la vida, es lo único real, lo único que no es fruto de azares de alcoba o de amores maritales. Ella decide.

En cambio el nacimiento lo programa el homínido, o a lo sumo la ciencia con todas sus parafernalias de experimentos con espermas y óvulos. Pero ¿como restarle importancia a la Muerte? ¿Quién contestó acertadamente a sus interrogantes?

Pululan millares de libros que hablan de túneles al final del camino y a los parientes saludando sonrientes y demás sandeces, pero la gente con un poco de inteligencia sabe que eso no existe, y que ningún humano puede enfrentar los arcanos de la defunción.

Y allí veo al hombre, siempre altivo y orgulloso de sus logros, pretendiéndose importante en una vida que sólo lo halaga para luego derrumbarlo. Conocer el final de este relato es un argumento ineluctable contra la vida, porque si nos borramos de la mente a los ángeles y a sus arpas, al Nirvana y al gordo Buda dándonos la bienvenida y a Alá y a sus delicias paradisíacas, deberíamos echarnos en una cama y gemir hasta que los pulmones nos reventaran... pero no, es tanta la malicia del mundo, de su Creador tal vez, y es tanta la ironía de la Muerte, que nos carga de esperanzas, de objetivos, de logros.

El fracaso sería a lo único que el hombre debería aspirar, sería una manera de desafiar a la Muerte, de decirle: "Me llevas, pero no te llevas ninguna dicha conmigo, voy vacío a tu encuentro"

En ese sentido los filósofos cínicos han sido los más sabios, pues conocían lo perecedero de todo y lo necio que es acumular honores, riquezas y demás, sólo para ostentarlos ante sus semejantes.

¿Qué puede haber más lamentable que buscar al aplauso del otro? Es sólo un efímero momento orgásmico que luego nos conduce a la mas miserable de las situaciones, al percibir que ese ser al cual deslumbramos, es igual a nosotros, y que tampoco pudo vencer a la Reina Muerte.

Yo sólo le estrecharía la mano a Diógenes, a Marco Aurelio, a Cioran, a Shopenhauer, a Vargas Vila y a algunos más, al resto los vería con lástima, como hago la mayoría de las veces, que se creen muy importantes por tener en su haber triunfos.

¿Triunfo? ¡Qué palabra idiota! ¿Triunfar para quien? En ese aspecto, los judíos al menos mataron a Dios, ese es un buen logro, ¿pero el resto? Es digno de risa en el mejor de los casos, o de llanto incontrolable.

No niego que la vida misma nos lleva a buscar cosas, que un impulso maldito nos abotarga la mente de ideales y de sueños, pero de allí a creer en ellos hay un largo sendero.

Yo puedo conquistar el mundo, pero me sentiría igual de infeliz que si viviera debajo de un puente con vagabundos, por la sencilla razón de que no creo en el humano, en sus hazañas, en sus palabras; su valentía y su honor son mentiras creadas para no dar a conocer lo que realmente son: puercos erigidos en dos patas que osan llegar a la estantería más alta de las bibliotecas para nutrirse con los mejores libros, y luego ostentar su saber en reuniones o en conferencias; o bien sos hormigas que afanosamente trabajan de sol a sol para descansar alguna mísera semana que su faena laboral les permita. ¿A esa gente hay que agradar? Yo, si tuviera el poder, eliminaría de la faz de la tierra a la humanidad, y luego, me sentaría sobre millones de cadáveres para reír grotescamente. No existe desgracia más abyecta que queres sobresalir en una vida que tiene como cimiento la tierra del cementerio y como cielo la madera de un ataúd.

2. He conocido el aplauso, la entrega desmesurada de mujeres hermosas en mi lecho, el poder de trastornar algunas mentes; he influenciado sobre más de una persona y me he embriagado con el dinero. No hay cosa que no haya experimentado en estos últimos años, y sin embargo, como un Eclesiastés en menor grado, siento el hastío de vivir, la búsqueda de un áncora que me rescate de este mar de penumbras.

Dios siempre se ha mostrado benévolo conmigo, hizo que la mayoría de mis sueños tomen vida, pero jamás me sentí feliz, o al menos en paz.

El amor revoloteó a mi lado, y yo, confundiéndolo con una ave de rapiña, lo maté con mis propias manos. Sabía que, como alguna vez dije, "el amor son dos vocales, dos consonantes y dos idiotas". Buscar al otro para no sentirse tan solo es como abrazar una lápida de cementerio: ¿qué nos puede brindar? Acaso consuelo, pero no el consuelo ante una vida despiadada, ante la marcha ignominiosa de la humanidad, ¿cómo buscar salvación en el otro?

Entonces uno sueña con ella, con la Muerte, y la ve tan bella, tan tranquila, permitiéndole a nosotros, los insomnes, cerrar los ojos por un largo tiempo. Ella se presenta como el descanso que tanto anhelamos, y que no nos dan los vocablos, ni el dinero, ni la fama... lo da la paz eterna, la ausencia de dolores, de temores, de amores (porque estos también son grilletes)

Sueño con mi cuerpo aletargando eternamente, lejos de las miradas de todos, teniendo a los gusanos como compañía. La fresca tierra entrando por mis poros, ella no me hará daño, lo sé.

Pero la Muerte es tan inmisericorde como Dios, no viene cuando alguien la llama, sino por el contrario, se dirige, junto a su aliada, la Desventura, hacia aquel que quiere vivir, que ansía ver el sol y contemplar la luna; a los otros, a los que nos enfangamos de hiel cada día, nos deja vivos, y es más, nos colma de dones, para que así seamos el hazme reír de la existencia: "¿No te gusta la vida?"-ella dice-"Entonces viví y tené suerte" Mientras que a centenares de personas que desean hacer realidad sus logros, por más que estos sean comida, abrigo o una caricia, los deja en el desamparo total.

Jesús dijo algo muy cierto: "Al que tenga se le dará más, y al que tenga poco se le sacará todo" Palabras terribles, pero dichas por un supuesto Dios, por lo tanto hay que aceptarlas y resignarnos a lo que somos.

No es el miedo a la Muerte lo que perturba a los corazones desolados, es el miedo al nuevo día, a la persona que se presentará para ayudarnos: le tememos a ella, porque sabemos que nada, que no sea dolor y lágrimas, podemos ofrecerle. Un rapto de piedad nos inspiran: después de todo quieren nuestro bien, pero estamos estigmatizados, nosotros no bebimos del Leteo, no sabemos olvidar, nos hundimos en tierras movedizas cada día, y la Vida, sonriéndole a la Muerte, nos ayuda a salir... nuestros ojos permanecen en vela todas las noches, nuestro cuerpo no sufre consecuencias, nuestro intelecto crece a diario, y nosotros, los infelices, nos resignamos a nuestra suerte. ¿Qué otra cosa nos queda? ¿Matarnos? Deberíamos hacerlo, pero este es un acto impulsivo, no racional, lo comente aquel al que la vida decepcionó, no aquel al que nunca le interesó nada.

El hombre que se mata amó alguna vez a la vida, el hombre que vive sin convicciones ama siempre a la muerte.

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