La cosa fue así: domingo, sola en casa (como siempre), aburridísima (ya había dormido siesta y no tenía nada mejor que hacer). “¿Qué hago?”, pensé.
¿Y si llamo a mi jefe para decirle que abra la veterinaria los domingos?
No, mis compañeros me odiarían.
¿Y si le digo a mi cuñada que me acompañe al Shopping y a cambio le compro algo?
No, ¿para qué quiero ropa nueva si vivo encerrada entre cuatro paredes? Además, Brenda seguro pasaría el día con mi hermano.
¿Y si me encuentro con algún flaco?
No, no era un polvo lo que estaba necesitando.
¿Y si llamo a algún amiga?
Ah, claro…me olvidaba: no tengo amigas.
¿Qué hago entonces? Y fue en ese momento cuando me acordé de Belén.
Belén es una conocida a la que veo muy esporádicamente. Ella es una fanática del catolicismo, por llamarlo de algún modo. Sin embargo, es una mina muy agradable, simpática, optimista (como todo religioso) e inteligente. La cagada es que menciona a Dios cada media hora, aproximadamente.
En fin, mi desesperación era tal que le mandé un mensaje preguntándole si no quería ir a tomar un café por Ciudad Jardín, a lo que ella me contestó que la pasara a buscar por la Iglesia Loreto a las ocho.
El hecho de no haber obtenido una negativa de su parte fue genial…así que me bañé, me cambié y a las ocho nos encontramos.
La pasé bien con ella, creo que todo lo que necesitaba era intercambiar unas palabras con alguien. Y lo mejor de todo es que la encontré cambiada. Me contó que había estado saliendo con varios hombres, bastante más grandes que ella, y que se estaba descubriendo a sí misma.
Belén quería ser monja. Y en algún momento de mi vida, yo también…
La conocí porque ella es hija de mi ex profesora de inglés. En ese entonces yo era super retraída, por ende fue ella quien se acercó a mí. De a poco comenzamos a hablarnos y un día me invitó a ir a una casa en Bella Vista donde hacían retiros y daban charlas espirituales.
Y yo, como siempre, sola y sin nada mejor que hacer, empecé a frecuentar aquel sitio cada vez más seguido…
Después me enteré que la mamá de Belén (mi profesora) era miembro del Opus Dei y que esa casa a donde yo iba tenía que ver con “eso”. Aquel lugar era una mansión muy lujosa donde dictaban cursos de maquillaje, cocina, etc. (dichos cursos no eran más que una excusa para lavarnos el cerebro a las jóvenes que allí asistíamos).
La casa estaba habitada por muchas (muchísimas) mujeres que se autodenominaban numerarias. Yo nunca supe bien que es una numeraria pero me atrevería a decir que son como monjas. Eran todas minas jóvenes (ninguna supera los 25 años) que asistían a la Universidad y que habían dejado a sus familias para irse a vivir ahí. A simple vista parecían normales (chicas lindas, bien vestidas, felices…).
En fin…no me quiero extender demasiado…la cosa es que yo quería formar parte de ese pequeño mundo. Yo admiraba a esas chicas, quería ser como ellas.
Yo no salía, no mantenía contacto con chicos…bien podría vivir encerrada en una especie de convento, pensaba.
Pero bueno…después cambié de parecer. Al cumplir 18 años me había propuesto hacer borrón y cuenta nueva. Iba a empezar la facultad, iba a conocer gente: podría borrar el estigma del colegio secundario.
Y de a poco fui cambiando.